“El sector exterior en 2024: persiste la incertidumbre, aunque cambien los factores”
Tribuna de Antonio Bonet
Ejecutivos (edición de Febrero-Marzo 2024 de la revista Ejecutivos)
1 de marzo de 2024
Para el sector exterior de la economía española, lo más relevante del año que comienza es la persistencia de altas dosis de incertidumbre, aunque los factores que la provocan hayan cambiado: si en 2023 era la guerra de Ucrania (que aún perdura), este año es el conflicto entre Israel y Hamás, que a su vez ha producido la crisis de navegación por el Mar Rojo debido a las agresiones de los rebeldes hutíes y la consecuente necesidad de los buques mercantes de circunvalar África para evitar el peligro, incrementando con ello los costes del transporte.
De la misma forma, si en el año que termina todavía evaluábamos los riesgos de la pandemia de Covid, en 2024 debemos analizar el escenario pos-pandemia que se abre en grandes mercados, como es el chino, que sufre un parón realmente novedoso en su actividad exterior.
A todo lo anterior se unen las políticas de subida de los tipos de interés que los Bancos Centrales han practicado durante 2023, y que si bien han permitido reconducir tasas de inflación que estaban disparadas, también han provocado un enfriamiento de las principales economías europeas, con crecimientos del PIB muy modestos, lo que debilitará su capacidad de compra y afectará a la exportación española, que en un 75 % se dirige a Europa.
La exportación de bienes al 31 de octubre del 2023 ha sido igual, en valor, a la del mismo periodo del año 2022. Ello ha sido posible solamente gracias a la inflación, porque si atendemos a los volúmenes exportados, vemos que en realidad se ha producido un descenso en unidades vendidas de algo menos del 5 %.
Ello es una mala noticia si consideramos que desde 2009 el sector exterior ha sido el que ha tirado de la economía española, pasando de representar el 23 % del PIB aquel año, a suponer casi el 42 % en el ejercicio que acabamos de terminar.
Exceptuando el lógico paréntesis de 2020 debido a la pandemia, las ventas de España de productos al exterior no han dejado de crecer, y hemos batido récords. Sin embargo ese crecimiento no ha impedido que nuestra exportación se ralentice perdiendo cuota de mercado a nivel mundial.
La mencionada pérdida de dinamismo en el intercambio de productos se ve hoy por hoy compensada, a efectos de balanza por cuenta corriente, por la fortaleza de nuestra exportación de servicios no turísticos (ingeniería, servicios financieros, consultoría, construcción, …), que sigue una senda muy positiva, en donde sí estamos ganando cuota de mercado mundial.
Y por supuesto la recuperación paulatina del turismo internacional que nos llega, y que en 2023 ha superado los niveles de 2019, último ejercicio antes de la pandemia, con cifras similares en turistas llegados, pero con grandes incrementos en la media de gasto en que incurre cada uno de ellos.
Tampoco invita al optimismo la persistencia de los tradicionales puntos débiles que presenta desde hace muchos años la exportación española y que son básicamente tres: la concentración de la actividad exportadora en muy pocas empresas; la escasa diversificación de los mercados y el bajo porcentaje de exportaciones de alto valor añadido.
En relación con el primero de los puntos citados, apenas 1.000 empresas concentran el 67 % de las exportaciones total, y esto es así desde hace 25 años, aunque la lista de ellas cambie y se produzcan altas y bajas.
En España hay casi tres millones de empresas, pero solamente 57.000 exportan con carácter recurrente, si bien la mayoría en cantidades ínfimas. Ello está relacionado con el tamaño medio de la empresa española, excesivamente pequeño. Si en Alemania la pyme típica tiene una plantilla media de 10 personas y factura unos 3 millones de euros anuales, en España la media es de 4 trabajadores y unos ingresos anuales de apenas un millón de euros.
Aunque todos los gobiernos que se suceden en España prometen adoptar medidas para solventar este problema, lo único cierto es que luego actúan en la dirección contraria. Esto es, promoviendo regulación que invita a las pymes españolas a no crecer, porque a partir de ciertos niveles de tamaño pueden perder muchas ayudas y subvenciones, pagan tipos de impuestos superiores, deben auditarse obligatoriamente, deben constituir comités de empresas, deben tener planes de igualdad, etcétera.
A título de mero ejemplo, resulta ridículo que ahora mismo Hacienda considere “gran empresa” a toda aquella que facture anualmente ¡6 millones de euros!, a efectos de aplicar mayores requerimientos y obligaciones tributarias y el tipo de Sociedades.
El segundo problema es la concentración de las exportaciones españolas en Europa, donde van a la Unión Europea, pero también a países como Reino Unido, Turquía o Suiza, hasta totalizar el 75 % del valor de lo exportado.
También se habla mucho de diversificar el destino de nuestras ventas, pero en la práctica se hace muy poco. Por ejemplo, en nuestras relaciones comerciales con África sufrimos los efectos de la Ley de Deuda Externa promulgada en 2006, y que afecta a la seguridad jurídica y a la capacidad de cobro de lo vendido en ese continente.
Y en el área de Latinoamérica se da la paradoja de que, representando más del 30% del stock de inversiones españolas en el exterior, solamente representa sin embargo el 5 % de las exportaciones españolas a todo el mundo.
En cuanto al tercero de los puntos débiles citados, las exportaciones españolas de bienes de alta tecnología solamente representan el 6,8 % del total exportado, mientras que la media de la UE en este epígrafe es del 17,7 %.
Y quedaría finalmente evaluar otro aspecto que no es menos importante que los citados, para saber la evolución que pueda darse en 2024, y que son las políticas horizontales aplicadas por el Gobierno español en materia fiscal y laboral.
Estas son medidas que afectan a todas las empresas, pero de manera agravada al sector exportador, que debe competir no con otros colegas en el mercado español que sufren las mismas políticas, sino con empresarios y productos de otros países que pueden tener una fiscalidad y un marco laboral más razonable, económico y eficiente.
Tanto en el ámbito fiscal como en el del mercado de trabajo los datos no ayudan al crecimiento del sector exterior, sino más bien al contrario: más impuestos y cotizaciones y unas condiciones laborales más rígidas, que encarecen el coste directo e indirecto del factor trabajo. Un coste que, a diferencia del IVA, no es deducible en frontera, sino que acompaña al producto hasta su precio final, que puede dejar de ser competitivo.
En cualquier caso, y para finalizar, los exportadores españoles han demostrado sobradamente su capacidad de sobreponerse a cualquier desventaja, con un tesón y dinamismo que desde 2008 ha salvado el futuro de la economía española y con ello el bienestar de sus ciudadanos. Sin embargo, el difícil entorno económico internacional previsto para el 2024 unido a la pérdida de dinamismo de nuestra exportación y a políticas internas que no favorecen el aumento de competitividad de nuestras empresas nos induce a pensar que el sector exterior puede dejar de ser el motor de la economía española. Por ello es necesario que se pongan en marcha reformas estructurales y que el entorno regulatorio y fiscal sea más favorable a la empresa.