Por Antonio Bonet, presidente del Club de Exportadores e Inversores

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La enorme subida de precios del gas y del petróleo que estamos sufriendo como consecuencia de la invasión de Ucrania por Rusia supone agravar la crisis energética que ya mostró su cara en el año 2021, como consecuencia de la recuperación económica tras la “coronacrisis”. El precio del barril de crudo cotiza actualmente por encima de 110 dólares. A finales del año pasado su precio rondaba los 80 dólares. El precio del gas natural está alcanzando cotas históricas.

Los efectos que esta desmesurada alza de precios supone son bien conocidos. Los consumidores están sufriendo en sus bolsillos la factura de la electricidad. Las empresas que la utilizan como un insumo importante (por ejemplo, productores de cerámica, aluminio, acero, cemento…), que ya tenían problemas a finales del 2021 los están viendo agravados. Muchas empresas españolas están anunciando reducciones en su producción y nuevos ERTEs, lo que supondrá además un descenso de la exportación. La gasolina y el gasoil están poniendo a muchas pymes del sector transporte en graves desequilibrios financieros. Y el alza del precio del combustible para la aviación puede retrasar la esperada recuperación del turismo en España. Además, la inflación, que ya empezó a subir a finales del año pasado, está en niveles no vistos desde hace mucho tiempo.

En términos económicos esto se explica tanto porque la demanda es muy superior a la oferta como porque los mercados tienen sólidas expectativas de que esta situación se prolongará en el tiempo. No olvidemos que Rusia es el tercer exportador de petróleo del mundo y un suministrador principal de gas natural. La Unión Europea importa el 90% del gas que consume siendo el 50% procedente de Rusia.

Hay dos preguntas que convendría responder para analizar la situación. La primera es por qué ha habido tantas alzas de precios de estos combustibles desde mediados del 2021, mucho antes de la invasión de Ucrania. La segunda es si es previsible que bajen estos precios a corto plazo.

En cuanto a la primera cuestión, no podemos olvidar que la generación y el consumo de electricidad se producen casi siempre de forma interna en cada país; es decir, solo una parte insignificante de la electricidad generada en el mundo se consume fuera de las fronteras del país donde se produce. La electricidad se genera fundamentalmente utilizando combustibles fósiles (gas, petróleo y carbón), si bien en Europa las energías renovables y la nuclear suponen una parte importante, aunque no suficiente, de la generación. Por tanto, el coste de producirla está muy ligado a la evolución de los mercados internacionales de combustibles fósiles y una parte muy importante de su consumo, especialmente en Europa, -a diferencia de lo que ocurre con la electricidad-, tiene lugar fuera de los países productores de donde se extraen.

La rápida recuperación de la economía mundial, especialmente en los países desarrollados, tras la fuerte caída provocada por la “coronacrisis” provocó desajustes entre la oferta y la demanda, superando ésta a aquella, que no tuvo capacidad para abastecer rápidamente el fuerte crecimiento de la demanda. Si durante la pandemia la demanda mundial de energía cayó sustancialmente (de hecho, sufrió el mayor descenso desde la Segunda Guerra Mundial), su recuperación a partir del primer trimestre de 2021 ha sido muy rápida, alcanzando casi los niveles del año 2019.

¿Es previsible que continúen tan altos los precios del gas y el petróleo? Esta segunda pregunta es importante porque la nueva subida de precios provocada por la guerra Rusia-Ucrania supone “llover sobre mojado”. Una parte importante de la oferta de gas y petróleo de Rusia parece que se quedará fuera del mercado, puesto que importantes consumidores como Estados Unidos y el Reino Unido ya han anunciado que dejarán de comprar a este proveedor. La Unión Europea también lo está considerando y en concreto Alemania ha anunciado que el segundo gaseoducto que la une con Rusia (el Nord Stream II) no entrará en funcionamiento.  En cuanto a terceros países, no es previsible que absorban totalmente el excedente ruso de producción por temor a verse afectados (ellos y los bancos internacionales a través de los cuales se realizan los pagos) por las duras sanciones que han puesto en marcha Estados Unidos y la UE.

¿Hay fuentes de suministro alternativo en otros países que puedan ponerse en marcha a corto plazo? Pensamos que no por las siguientes razones: se ha anunciado que podrían levantarse las sanciones a dos importantes productores mundiales, Venezuela e Irán. Esto ayudaría, pero la capacidad de aumentar sustancialmente su producción está muy limitada como consecuencia de que ambos países se vieron forzados a reducir sustancialmente sus inversiones en mantener la producción como consecuencia de las sanciones impuestas por Estados Unidos. En otros países a nivel mundial la inversión en mantener la producción y poner en explotación nuevos yacimientos ha caído sustancialmente desde 2015. Hablamos de un recorte del 40% desde 2015, inducido por una parte porque los precios del petróleo llevaban varios años en niveles muy bajos, pero también por una previsión de menor demanda futura por los compromisos adquiridos por las naciones para combatir el cambio climático. En el caso del gas, cuyo precio está muy ligado al del petróleo, en Europa además apenas hay capacidad ociosa de gaseoductos lleven esta materia prima a sus lugares de consumo. Su alternativa, el gas licuado, también está sufriendo tensiones de suministro impulsadas por la fuerte demanda china; se requería aumentar considerablemente la capacidad industrial para almacenarlo y regasificarlo, lo cual no es factible hacerlo de forma significativa a corto plazo.

En cuanto a fuentes alternativas para generar electricidad, las renovables (solar, eólica e hidráulica), tampoco es posible aumentar sustancialmente la capacidad de generación a corto plazo. En cualquier caso su uso está fuertemente influido por circunstancias climatológicas. Otras fuentes de gran potencial, como el hidrógeno, necesitan aún de desarrollos tecnológicos para ser utilizadas ampliamente para generar electricidad.

A la vista de este escenario, cabría pensar en la energía nuclear ya instalada como alternativa. Sin embargo, los obstáculos que están poniendo la mayoría de los gobiernos a su utilización, fruto en muchos casos de campañas de activistas “verdes”, constituyen un factor disuasorio. Esto ha hecho declinar el interés por generar electricidad por esta vía, excepto en Francia, donde el 60% de su electricidad es de origen nuclear, lo que convierte al país vecino en el menos vulnerable de toda Europa a la actual crisis energética, además de tener precios significativamente más bajos que otros países europeos como España.

Pero no todo son malas noticias. A corto plazo, con los actuales elevados precios sí es factible aumentar sustancialmente la producción de petróleo en Estados Unidos y Canadá utilizando técnicas de fracking. Además, algunos países de la OPEC -por ejemplo Arabia Saudita-, tienen capacidad ociosa que podrían poner con relativa rapidez en el mercado. Pero es también importante que los gobiernos europeos rediseñen cuanto antes las políticas de adaptación al cambio climático, que indudablemente es imprescindibles tenerlas, reconociendo que la descarbonización será larga y costosa, que el abastecimiento de gas requiere diversificar el suministro por el sur, que es importante aumentar la capacidad de regasificar el gas licuado y utilizar la capacidad instalada española y que hay que añadir interconexiones de gas y electricidad a través de los Pirineos. Y, por supuesto, continuar las inversiones en energías alternativas. En suma, a corto plazo puede haber soluciones paliativas, aunque no completas, y será necesario un esfuerzo hoy de inversión hoy para que a medio plazo solventemos el problema que ha agravado la invasión de Ucrania por Rusia.