“Exportar con una divisa fuerte”, por Antonio Bonet (El Economista)
Antonio Bonet (presidente del Club)
El Economista
28 de septiembre de 2017
La fortaleza de la divisa nunca es el mejor aliado para las exportaciones. En la zona euro hemos visto como en muy pocos meses hemos pasado de unos niveles que apuntaban hacia la paridad euro-dólar a situarnos en cotas de 1,20. El euro se ha apreciado frente al dólar un 15% desde principios de 2017.
Acontecimientos como el brexit, el menor ritmo de subidas de tipos de interés en Estados Unidos y la falta de concreción de los planes de estímulo económico anunciados por Trump, unidos a la buena marcha de las economías de la zona euro, han contribuido a esta apuesta de los mercados por la moneda común.
Se le concede tanta importancia a una subida del tipo de cambio porque encarece los productos nacionales, restando potencial a las exportaciones. Es, además, el único factor de los que conforman la competitividad que no puede controlar el empresario. En todo caso, lo más que puede hacer, a corto plazo, es gestionarlo de la mejor manera posible mediante la contratación de productos de cobertura que le proporcione previsibilidad en términos de flujos monetarios y presupuestos. A medio y largo plazo, seguir exportando con una moneda fuerte requiere dotar de más valor añadido a los bienes y servicios producidos.
Si nos atenemos a la curva de tipos de cambio que ha descrito el euro en los últimos años frente al dólar, divisa, por cierto, en la que se realizan más del 70% por ciento de las operaciones en el exterior, veremos que ésta llegó a tocar valores que hoy nos parecerían extraordinarios, pese a lo cual la buena marcha de nuestras ventas al exterior no se resintió. De hecho, con un euro que se cambiaba en 2010 a 1,36 dólares, nuestra economía logró ventas de bienes y servicios al exterior de auténtico récord, creciendo un 13% sobre el ejercicio precedente.
Sin duda, hay quien encontrará una explicación a esta buena marcha del sector exterior en aquellos años, con un euro muy fuerte, en la crisis interna española, que provocó una fuerte contracción de la demanda interna (para poder subsistir muchas empresas tuvieron que aumentar sus ventas en el exterior aun a costa de reducir sus márgenes), y en la preeminencia de la zona euro como principal destino de nuestros productos (no olvidemos que a estos países se dirige el 50% de nuestras exportaciones de bienes).
¿Significa eso que la divisa ha dejado de ser en esta etapa un factor condicionante de nuestras exportaciones? Nada más lejos de la realidad. Sin embargo, en estos años hemos conseguido ampliar la base de empresas exportadoras regulares (hoy un 25% más que en 2008), lo que ha elevado el monto total de las operaciones, y nuestros productos son más competitivos, bien por tener precios (en euros) más ajustados, bien por tener un mayor valor añadido, o por ambos, lo que les hace ser menos sustituibles por otros en los mercados.
Para bien y para mal, el efecto divisa siempre estará presente en la lista de riesgos de las empresas en su carrera exterior. Pero, como decimos, no es el único elemento que configura la competitividad de un producto o servicio. Y además no podemos controlarlo, en todo caso gestionarlo. Por eso, el reto para la proyección exterior de nuestra economía reside en favorecer que nuestras empresas ganen tamaño y desarrollen músculo financiero, apuesten firmemente por la innovación en sus productos y procesos y dispongan de un capital humano bien formado. Y eso sí depende de nosotros. Del Gobierno y de las empresas. Afortunadamente, la reciente Estrategia de Internacionalización de la Economía Española aprobada por el Consejo de Ministros parece haber hecho un buen diagnóstico de la situación y prepara medidas en la buena dirección.